jueves, 11 de diciembre de 2008

Una persona tremendamente feliz: López Serrano

esta es la portada de su libro
Así se considera este Hellinero ,que comparte su trabajo con el de la escritura como otros.
Gran amigo de sus amigos y una persona de las que ya quedan pocas en el sentido caritativo.
José López Serrano nació en Hellín (Albacete) el 5-5-55. Casado y con dos hijos, se considera "una persona tremendamente feliz."
Trabaja como abogado especializado en materia contencioso-administrativa, simultaneando su actividad jurídica con el ejercicio de la docencia como profesor particular de inglés y la traducción de obras literarias en dicho idioma. También sigue estudios de Filología Hispánica en la UNED. Ahora ya solo desmpeña su trabajo de abogado

Participó activamente en la campaña para la implantación del 0´7% en Hellín. Es uno de los miembros fundadores del Ateneo Hellinero (1998), prestigiosa institución cultural que preside actualmente. y dicho Ateneo ha despareciodo también.


Colaborador habitual de varias revistas y periódicos, escribe artículos y cultiva el género de narraciones breves, así como el ensayo.
Se inició en el arte de la escritura a la edad de 28 años, pero no fue hasta los 30 cuando vieron la luz sus primeros cuentos.
Como galardones literarios posee dos primeros premios y dos segundos premios otorgados a algunos de los títulos que componen su libro "Como una flor sobre el agua y otras narraciones"
Apasionado admirador y estudioso de la magnífica obra literaria del inmortal Gustavo Adolfo Bécquer, ha seguido investigaciones y conferenciado sobre Elisa Rodríguez Palacio, una de las musas atribuidas al ínclito poeta nacido a orillas del Guadalquivir.


y les dejo con uno de sus artículos espero que les guste



Destrucción de nidos en el asilo

Las golondrinas son pequeñas avecillas de figura armónica, oscuro lomo e inferior plumaje blanco. Su alimentación insectívora les obliga a migraciones otoñales hacia África, para regresar de nuevo en primavera. Acróbatas veloces, su ágil vuelo traza piruetas malabares. Como rara vez se posan en el suelo, constituyen un símbolo espiritual. La leyenda narra que liberaron de espinas la redentora cabeza de Cristo, lo cual les prodiga suntuoso respeto. Más de un certero tirachinas, ante la golondrina ha distendido sus gomas y bajado su horquilla.
En nuestras ciudades hay dos especies. La de mayor tamaño exhibe una mancha roja en la garganta y tiene predilección por anidar dentro de cámaras u otros recintos cerrados, aunque tampoco desprecia porches o incluso balcones, más propios de su homóloga pequeña, cuyos nidos al aire libre no necesitan grandes techos sino simples cornisas o aleros. Portadoras de eterna poesía ambas, tanto una como la otra pudieron inspirar el inmortal poema becqueriano.
Una colonia de estas últimas habitaba junto al asilo. En su fachada de la calle San Juan de Dios, adheridos bajo la cornisa se alineaban en lo alto sucesivos nidos esféricos de barro, en cortas ristras interrumpidas por tramos exentos de nidos. Otros, más dispersos, colgaban en la parte ajardinada. El contorno siempre sostenía una palpitante nube de golondrinas, afanadas en la captura de insectos o disfrutando sus juegos, en especial a horas del atardecer, cuando permanecen más activas, dedicadas al ocio y a la relación entre los individuos de cada colonia. Mientras se comunican mediante discontinuos susurros musicales, tiernos y candorosos, danzan en vuelo conjunto, realizando prodigiosos rizos y tirabuzones aéreos, entre lapsos de extender inmóviles las alas a fin de flotar en la brisa, antes de volver a agitar de nuevo sus trémulas alitas, aunque sin cesar de gorjear para componer entre todas la hermosa melodía vespertina.
Muy pocos mortales tienen el primoroso privilegio de acariciar una golondrina entre las manos, como lo tuvo mi hijo de cinco años, poco después de que su dedito me señalara una que, recién caída, yacía sobre la acera del asilo. Muy alto el sol durante el día más caluroso de este verano, de permanecer allí moriría achicharrada el ave, o entre las fauces de algún gato. No podía volar en ese momento. En las comisuras del pico amarilleaban las voceras de todo individuo joven, aunque su tamaño era ya el de adulto. La trajimos a casa para gozo de Pablillo, quien me preguntó si era “muchacho” o “muchacha” el pajarillo, posado sobre la infantil palmita abierta. Según declinó el calor a lo largo de la tarde, el alado empezó a recuperarse y hacia el crepúsculo lo soltamos en el jardín del asilo. Gorjeante, remontó vuelo sin dificultad, fundiéndose en seguida con sus congéneres del entorno.
Cuando transito por el lugar con Pablo, él me señala las golondrinas y me pregunta cuál es la suya. ¿Ahora qué le responderé, si el pasado lunes contemplé allí con estupefacción la absoluta ausencia alada y un mortal silencio?. Comprobé atónito que ha sido eliminada la totalidad de nidos. Permanecen sólo restos adheridos a las cornisas. El asunto, de Seprona para arriba, merece la contundente protesta de todo amante de la naturaleza, desde Aedenat a los colectivos locales como “El Abejaruco” o la asociación liderada por Toñy Zafrilla. A 61 asciende el número de nidos destruidos, en plena crianza además. Huevos, polluelos sin plumas o emplumando, todo ha sido arramblado sin consideración alguna.
Si pudiera hablar la estatua de Santa Teresa de Jesús Jornet ubicada entre los rosales del asilo, pondría a caldo a quien sea responsable de ese masivo pajaricidio sin sentido, contraproducente para el centro porque, aparte de resultar incomprensible que en un edificio gobernado por religiosas se atente contra un símbolo espiritual, se ha privado a los residentes del punto de poesía que ponían los volátiles sobre el cielo del lugar, y cabe pensar si cuidará mejor a los ancianos quien trata bien a los animales, que quien los maltrata. La santa le soltaría un broncazo, puesto que ni se ha adecentado la fachada ni existen válidas razones para justificar crueldad tan censurable. Cabía aguardar a que la época de nidificación terminara en septiembre. Para colmo, en muchos nidos eliminados permanecen rebabas de barro, por lo que no veo ventajas estéticas si acaso eran éstas las que por error se buscaban. En cambio, en las cercanías mi niño ya no podrá intentar adivinar cuál es la suya entre las golondrinas del atardecer.


No hay comentarios: