lunes, 22 de diciembre de 2008

FRANCISCANOS EN EL RECUERDO POR: FRANCISCO JAVIER GEA IZQUIERDO






«Bienaventurados pobres en el espíritu, porque suyo es el reino de los cielos», Mateo 5, 3.



Este mes de septiembre la provincia franciscana de Cartagena, que se extiende por Albacete, Alicante, Almería, Cuenca y Guadix-Baza, amén de la propia Cartagena-Murcia, cierra el convento de los Franciscanos de Hellín y otros dependientes de su jurisdicción, como el de Almansa, con el propósito de agrupar a sus frailes, que son pocos y de mucha edad, ya que los tiempos resultan poco propicios para la llamada y las exigencias de la vida monacal. Con ello se cierra en Hellín una larga y fecunda historia que comenzó nada menos que en 1524. Este fue el primer convento franciscano en esta zona de La Mancha y desde entonces se fue ganando la consideración del monasterio mendicante más importante de dicha provincia religiosa. Buena parte de la historia de Hellín y de otros lugares de los alrededores ha estado inextricablemente trenzada durante casi quinientos años con la presencia de la orden de San Francisco, dedicada a hacer el bien y ayudar a los demás desde la más generosa, sencilla y sincera humildad, esta virtud en apariencia tan poco llamativa pero que es signo inequívoco de elegancia y de grandeza espiritual.La primera vez que visité el convento era un día más bien frío de primeros de marzo y desde su jardín se podía contemplar una bellísima puesta de sol con una espléndida y memorable gama de arreboles que adornaban el vasto y límpido cielo manchego. La segunda y última vez fue una tarde de principios de agosto. A esa hora las criaturas del huerto disfrutaban con la disminución del intenso calor del estío. Entonces ya intuía que iba ser mi última visita a un lugar que invita a la tranquilidad y el recogimiento, a mirar al cielo y en el interior de uno mismo, a detenerse para contemplar las cosas en apariencia más sencillas pero que en realidad tan importantes son. Como la reja de hierro que antaño forjó un maestro de su oficio, la higuera plena de frutos a los que les queda poco para estar en sazón o el canto ligero de una avecilla. Con el tiempo he tenido la suerte de ver bastantes monasterios y bastantes templos abandonados en los más diversos lugares, y sé de su fuerza y significación. Como por ejemplo el monasterio dominico de la época virreinal de la ciudad mexicana de Zacatecas o, en otro orden de cosas, los monumentos budistas de la ciudad fantasma de Bagan, como las ruinas libanesas de la célebre urbe romana de Balbeeck o la antigua ciudad helenística de Hierópolis. Puede decirse sin ambages que hablan al que sabe atender en silencio y con calma, en recogimiento y soledad, y me consta que a pesar del transcurso del tiempo pueden transformarse en memoria viva. La última vez que visité el convento de los Franciscanos de Hellín era el día de Nuestra Señora de los Ángeles, tan importante para esta orden ya que puede decirse que la misma se fundó bajo esta advocación mariana. Asistía mucha gente a la misa de las siete y media, y eso me llamó la atención. A la mayoría no los conocía, pues no soy hellinero, pero estoy convencido que muchos podrán conservar en el recuerdo y en el corazón el legado y el mensaje que nos han dejado los Franciscanos. Desde luego ese es mi deseo.Al cierre del convento sólo quedan en él tres hermanos y desde luego el que más hondo ha calado en la gente de Hellín ha sido Fermín Ramos Morcillo, de setenta y ocho años de edad y natural de Santiago de la Espada. Fray Fermín le ha consagrado casi cuarenta años de su vida a este privilegiado lugar y es no sólo testigo sino historia viva de todo ese tiempo, cuya significación es tan importante por corresponder además al triste fin de una larga y fecunda etapa. El hermano Fermín es lego y ha sido el que ha desempeñado dentro de su comunidad, en el verdadero espíritu franciscano, las tareas más modestas, pues, además del cuidado de la sacristía, se ha ocupado de la portería, la cocina o el huerto, con sus gallinas incluidas. Pero lo ha hecho con tanta sencillez, alegría y amor que seguro que le hubiese sido alguien muy caro al propio San Francisco. Además, el pasado treinta de agosto recibió el cariñoso reconocimiento de un importante número de personas que le dedicaron una entrañable y para él abrumadora y totalmente inesperada cena de homenaje en Hellín, antes de que deje su huerto y su convento, y marche a Murcia, en donde a su edad le espera un mundo considerablemente ajeno al que ha sido el suyo. Un mundo lleno de tantas ausencias e incertidumbres que no es extraño que le hicieran exclamar, en una emotiva entrevista recogida por este mismo diario el pasado día diez de agosto, que le «va a costar las lágrimas». Hace unos meses escribimos en esta misma tribuna un alegato a favor de conservar el convento de Hellín abierto, porque esta también es nuestra causa. Hoy no nos despedimos, ni queremos hacerlo, del hermano Fermín, ni de los Franciscanos de Hellín, ni de su viejo convento, sino que les decimos, con agradecimiento y de todo corazón, hasta pronto.

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