miércoles, 29 de julio de 2009

Pregón de Federico Muelas aparecido en la Revista Literaria Macanaz





Estando mirando entre mís apuntes de mi archivo encontre este pregón de Federico Muelas ,publicado en la revista literaria MACANAZ en concreto en la número cinco de los seis que publicaron



He aquí dicho escrito que les pongo para que lo lean ustedes y que espero que sea de su agrado





















Pregón de Semana Santa de Hellín Por Federico MUELAS





Hellín está en el Albacete que se encrespa, que se alza a los cielos. Media provincia llana, manchega, y otra media provincia altiva, montaraz: Alcaraz, Yeste y Hellín", heptasilábico que muy bien pudiera dar comienzo al gran romance de estas tierras viejas que tantas cosas han visto. Las gentes de hoy, cuando se habla de Albacete, recuerdan la capital, crecida Rn pocos años al ritmo de tiempos nuevos, nacida, con extraña causalidad, como de su propia feria. Olvidan o desconocen el Albacete milenario, Celtide silicio, Alaba celtibérico, Alba Civitas romano, Albacete arábigo, poblado de ruinas que atestiguan su remota andadura en la Historia, desde la piedra blanca de Libisosa, pedestal para la palabra de San 'ablo, a los enfáticos latines entreverados de prosas y versos de acasión que conmemoran sobre piedra del país la decisiva batalla de Almansa
En la Sierra de Alcaraz veía el Infante don Manuel todas las clases de caza que apetecer puede el buen ballestero. Asomarse a cualquiera de estas escarpadas sabiendo mirar, vale tanto como hacerlo al mejor barandal de la Historia. En estas tierras y en estas gentes hay enterrados muchos siglos que de vez en vez salen fuera con la reja del arado o con la ocasión. Y ocasión propicia esta de las grandes fiestas, de los momentos solemnes en los que el pasado se hace presente, momento eterno: "Hoy es siempre todavía", decía Antonio Machado. Y en el presente, ya tiempo remansado, volvemos a mojar el pie de nuevo, a refrescar la memoria desmintiendo al griego que aseguraba nadie se baña dos veces en la misma onda.
Tiempo de siglos; tiempo que no pasa o que pasa y vuelve puntual cuando la aldal a de la fecha convoca. Así en la Semana Santa, en los días santos bajo la luna llena de marzo. Y sobre todo en este Hellín, en esta Ilum o Ilunum, que el romance dulcificó llamándole Felin o Mantelín. Para que la ilusión del eterno retorno sea completa cuando llegan los días que conmemoran el drama del Calvario.
Hellín se sumerge en el fragor de su tamborada, como en el torrente del tiempo, como en la tronada inmensa de los siglos, como si se hubiera dado hacia atrás al tremendo artilugio del universo para traer el ayer de nuevo, arrancando a la Muerte de su pétreo regazo nombres y sucesos.
Convoca la fecha a los ilunenses o hellineros concurren al mandato inapelable, a la llamada que habla con el tono recio de los mil parches sonoros, con el desgarrado grito de los clarines. Acuden olvidando sus nombres a ser una gota más en el cadual humano de las procesiones, a desmentir rigores de fechas infaustas, a proclamar-la pervivencia de una conciencia colectiva más fuerte aún que el rebrojo de la especie que levanta la espiga del recién nacido junto al filo mismo de la guadaña que cercenó la vida del abuelo. Porque Hellín, como todos estos pueblos colocados en tremendas das encruci jadas de la Historia, alzado donde La Mancha termina y nuevas tierras feraces comienzan, no demasiado lejos de la otra Mancha aún más grande del mar, ha sido alzado y trillado por razas y culturas. Hellín se doró con los reflejos del Hércules de plata, del Hércules de Ilumno, de doce pies de alto, que Pompeyo Hila mandó cincelar; Hellín vivió la esperanza del fugaz reino de Teodomiro, el Tadmir de los árabes, y pagó la parte que le correspondía en las diez mil onzas de oro, diez mil libras de plata, diez mil caballos y mulos, y mil lorigas, espadas y lanzas que le impusiera el árabe vencedor; Hellín contribuyó a la lucha contra el invasor, defendiendo hasta lo humanamente posible el patrimonio cristiano que había recibido. Cedió cuando no podía hacerse otra cosa y recordó la semilla antigua lanzada en su suelo, cuando Alfonso I de Aragón llegó hasta los muros de Alcaraz. Conquistada Alcaraz por Alfonso VIII, enraizado poderosamente el poderío cristiano en aquellos lugares, Hellín vivió no le vida de afanes N trabajos. De estos primeros tiempos de su firmeza data, si hemos de creer a las crónicas la costumbre de redoblar con tanta insistencia los tambores en los días santos. Se dice que el ejército de Muhamad, derrotado junto a Chinchilla, se retiraba hacia la sierra dejando tras sí rastro de horror, talando campos y degollando a sus moradores. En la noche del Viernes Santo de 1332, las fuerzas mahometanas se hallaban en las inmediaciones de Hellín. Sustituyendo a las campanadas que los árabes habían prohibido, los cristianos se servían de carracas, tambores y caracolas, y con ellos acompañaban el paso de la procesión. Los musulmanes, al avistar el pueblo, quedaron sorprendidos de aquel fragor y de la multitud de lucecitas que brillaban como un minúsculo firmamento. Preguntado un pastor-ese pastor del que nunca falta cuando la leyenda lo necesita-~ mintió, asegurándoles la llegada de fuerzas cristianas, lo que determinó la huida de los moros Enterado el rey don Alfonso-TV de Aragón y III de Cataluña-, dispuso que se celebrara todos los años el singular suceso, que sólo a la voluntad de Dios podía atribuirse, acompañando a las procesiones con sonoros instrumentos. A partir de esta fecha y durante siglos, Hellín 17a conmemorado la muerte del Redentor de esta original manera, que le destaca entre todas las tierras de España, y que es como Si la intensidad de su dolor abriera los montes en el calofrío de un geológico estremecimiento.
No es tarea fácil describir lo que tan preñado está de sentido, que dice a la vez cien cosas distintas. La devoción del pueblo ilunense, expresada en las múltiples estampas de sus procesiones, equivale a una sucesión de símbolos o fórmulas que contienen la esencia de mil sucesos diferentes. El escritor, ante el mundo que se entrable tradicionalmente en las primeras horas de la tarde del Miércoles Santo, solo puede aspirar a unir su asombro al de todos y ofrecer la expresión de este asombro con la mayor pureza posible. Pretender penetrar hasta los últimos adentros en este mundo que entreabre la esclusa de la hora y que, incontenible, se nos echa encima cual agua gigante presa, sería hojear página a página la historia de un pueblo milenario que ha sentido pasar sobre sí todas las oleadas que conformaron la Historia nacional. El escritor se satisface siendo espectador ingenuo, formando parte de esta orgullosa corriente, de este soberano latido, de esta gigante orquestación bajo las órdenes de una- mano invisible que despeña la sonora catarata u ordena el silencio. Y es que hay un instante en que el fragor cesa y se hace el silencio en el pueblo de las tres colinas. Un silencio más hondo, más sereno, más elocunete en su mudez, como esos extraños lagos de las altas montañas, siempre inmóviles, mirando a los cielos de hito en hito, verdadera pupila de las cumbres, cercados por la órbita aborrascada, por las tremendas arrugas de las ásperas cimas. Es el silencio súbito ordenado por la genial dirección que agavilla los torrentes de la pasión humana y contiende los cuadales del fervor con la firmeza del cauce que, tallado en roca, resiste impasible el empuje de las aguas. Gran silencio o enorme calderón mientras la luna del Paresceve dicta en el gigante atril del cielo sus cuatro tiempos de redonda.
Pero el cronista pretende su mínimo pliego de aleluyas, las manudas estampas que lanzar quiere en el aire de su Pregón. Cada lugar, cada instante, el texto único que escriben las filas penitenciales, miniado en los tronos, en las alegorías, aborrascado-fervor y vida, sencillamente en la subida al Calvario, dicta una página distinta. La hora y el lugar hacen inagotable el texto único de la procesión. Escogiendo recuerdos, podría decir del paso de ``La Oración del Huerto>>, que las gentes llaman "El Paso Gordo>>, con sus túnicas verdes y sus palmeras diminutas coronando los báculos; la Magdalena, que cambia de túnica y se viste de luto en la tarde del Entierro; los "carricos", o gigantes trompetas, cuya familiar denominación las destrona la impresionante Cofradía del Crucificado, formada por gentes que saben del dolor de las persecuciones, de la saña y el odio sin sentido, y visten hábito morado y rojo, como las huellas mismas del dolor; La Dolorosa, que muchos ojos no ven porque en el alma llevan aquella otra de Salzillo, que la saña sacrílega destrozó; la Cofradía de La Soledad, cuya imagen, única que se salvó de la furia de los revolucionarios, parece, más que acompañada, custodiada por sus cofrades, de túnica negra y capa blanca, caballeros de una orden que saben bien el valor que para Hellín tiene la sagrada pervivencia; el entusiasmo de las juventudes católicas en torno a la imagen del discípulo amado; el tránsito del Yacente, obra maestra de Benlliure, entre las recortadas sombras de los nazarenos enlutados; La Virgen de la Amargura, obra de un escultor local, José Zamorano, que ha sabido recoger una limpia tradición de magistral imaginería vaciánciola en nuevo y personal estilo. Y los gremios, alfareros de la Cofradía de Los Azotes; alarifes del Prendimiento. ¿Qué cofradía, me pregunto, congregará a los herreros en esta tierra donde el hombre siente la voluptuosidad de dominar el hierro, espumando la obra bella con su viril esfuerzo? ¿Y cuál será la Cofradía de las gentes del esparto, que han incorporado su aspereza, trenzándolo con arte al hábito procesional? Y ``el encuentro>> de la Madre y el Hijo, mientras cientos de palomas surcan los aires.
¡ Semana Santa de Hellín, en la que se riza la sobriedad de los desfiles castellanos con bellos alardes, adelantados en el barroco de las fértiles tierras próximas! El cronista, el pregonero, quisiera poder signar la atención de todos con la viva luz de tus desfiles, venceclores un instante de la tronada de tus mil tambores... A sabiendas de no haberlo conseguido, quede al menos en el aire, con el agudo de tu nombre-HELLIN-, el primer clarinazo de tu españolísima manera de conmemorar, a horcajadas entre Murcia y Castilla, los días dolorosos de la Muerte del Señor.

No hay comentarios: